“[…] Al amanecer del tercer día, la tripulación del barco se dirigió al hielo y comenzó su cosecha sanguinaria. Es un trabajo brutal, aunque no más brutal que el que se realiza para proveer cada mesa familiar del país. Y, sin embargo, aquellos relucientes charcos rojos sobre el deslumbrante blanco de los campos de hielo, bajo el pacífico silencio de un cielo ártico azul, parecieron una intrusión horrible.
Pero una demanda inexorable crea un suministro inexorable, y las focas, con su muerte, ayudan a vivir a la larga fila de marineros, estibadores, curtidores, curadores, controladores, fabricantes de velas, mercaderes de pieles y vendedores de aceite que son intermediarios entre, por una parte, esta carnicería anual y, por otra, las personas exquisitas, con sus suaves botas de cuero, o el sabio, que usa un aceite delicado para sus instrumentos científicos”.