«Hace algunos años, durante la crisis económica de los Estados Unidos, un agente del gobierno recorrió las montañas del estado de Tenessee haciendo a los agricultores empobrecidos pequeñas donaciones para compras de semilla y ganado, o para mejoras urgentes. En cierta sección encontró a una mujer que vivía sola y sacaba a duras penas de un terrenito casi estéril lo estrictamente necesario para su manutención.
—Si el gobierno le diera 200 dólares, ¿qué haría usted con ellos?
La mujer se quedó pensativa por un momento. El suelo de su choza era de tierra apisonada, las ventanas no tenían más protección que unos pedazos de papel embreado, las paredes estaban llenas de grietas. Luego alzando los ojos hacia el inspector le dijo con voz reposada:
—Creo que se los daría a los pobres».