La fuerza de voluntad en la autorregulación del estudiante

En el último artículo se aclararon las diferencias entre motivación y fuerza de voluntad al procurar objetivos académicos. Se equiparó la fuerza de voluntad con el control inhibitorio y se afirmó que se usa demasiado y mal, recomendando recurrir a mejores técnicas autorregulatorias. Por supuesto que podemos usar la fuerza de voluntad adecuadamente, pero antes debemos comprenderla mejor.

Control inhibitorio («Fuerza de voluntad»)

Establecimos que la fuerza de voluntad es sólo una parte de la autorregulación y excluimos de su definición los aspectos motivacionales (deseo, gusto, querer, ganas). Vimos que se le adjudican dos capacidades para cumplir un objetivo: la de inhibir los comportamientos activos incongruentes con él y la de mantener activos los congruentes (inhibiendo los incongruentes cuando se activen). Ambas se explicaron mediante el llamado control inhibitorio. Asumimos aquí que es potestad de la motivación activar o no los procesos psicológicos, y que el control inhibitorio sólo puede afectar los activos.

El control inhibitorio («fuerza de voluntad») forma parte del sistema ejecutivo, una familia de procesos clasificados como Tipo II («voluntarios») a los que recurrimos cuando es contraindicado, insuficiente o imposible seguir actuando mediante procesos Tipo I («involuntarios»), que son más eficientes y rápidos pero menos controlables.

Dimensiones básicas

Las dimensiones básicas del control inhibitorio pueden resumirse en:

  • Inhibición atencional (p. ej., cuando desatendemos sonidos o conversaciones circundantes para atender lo que dice un docente).
  • Inhibición cognitiva (p. ej., cuando leemos mientras inhibimos una imagen, un recuerdo, un sentimiento, un pensamiento, para que no afecte nuestra concentración).
  • Inhibición conductual (p. ej., cuando inhibimos determinadas miradas o tonos al hablar, para evitar sanciones u ofensas).

Aunque también autorregulamos nuestro comportamiento intencional utilizando el control inhibitorio con poca consciencia (notándolo poco), el control inhibitorio es típicamente un proceso Tipo II («voluntario»), es decir, más consciente, más controlado, más lento y más ineficiente (más esforzado y consumidor de recursos) que los de Tipo I («involuntarios»).

Funciones básicas

Las funciones básicas del control inhibitorio pueden resumirse en:

  • Interrumpir comportamientos: si nuestro comportamiento activo (atención, cognición, conducta) es incongruente con determinado objetivo, una manera de autorregularnos es inhibiéndolo.
  • Mantener comportamientos: si nuestro comportamiento activo es congruente con determinado objetivo, una manera de autorregularnos es inhibiendo los comportamientos incongruentes (atención, cognición, conducta) que se vayan activando. Esta función también se denomina persistencia.

Utilidad del control inhibitorio

Si no fuera por los límites impuestos por el desagrado físico y por otros seres humanos, viviríamos aproximándonos a todo lo que queremos, o sea, a todo lo que nos agrada o que consideramos que podría agradarnos. Sin embargo, los malestares corporales y los refuerzos (premios y castigos) inmediatos del ambiente logran que desde pequeños mantengamos también aproximaciones y evitaciones debidas, es decir, menos queridas que otras (p. ej., evitamos otra porción de torta por dolor de estómago; evitamos tocar determinado objeto por castigo paterno; nos aproximamos a un animal por curiosidad, a pesar del temor; saludamos con un beso a un familiar desagradable a cambio de un caramelo).

A medida que crecemos desarrollamos objetivos menos dependientes de otras personas y de refuerzos inmediatos. Somos más capaces de aproximarnos a desagrados o de evitar agrados inmediatos, para favorecer agrados o desfavorecer desagrados más lejanos e impuestos por nosotros mismos. En esos momentos elegimos inhibir con fuerza de voluntad los comportamientos queridos y privilegiar los debidos. Somos más libres que antes. Sin embargo, mientras logramos ejercer esa libertad consumimos más recursos (nos cuesta más esfuerzo); y cuando no logramos ejercer esa libertad enfrentamos un desafío mayor que antes, porque

¡si una motivación (querida) nos lleva a comportarnos de manera incongruente con un objetivo propio, es más difícil inhibir nuestro comportamiento cuando no depende ya de malestar físico ni de la intervención de otra persona, sino de otra motivación (debida) pero más débil!

Para evitar actuar en contra de nuestros objetivos o para continuar actuando de acuerdo con ellos utilizando el control inhibitorio, podemos recurrir primero a la inhibición atencional (p. ej, evitar prestar atención al compañero bromista para terminar un ejercicio), luego a la inhibición cognitiva (p. ej., inhibir pensamientos que invitan a dejar de estudiar) y finalmente a la inhibición de la conducta (p. ej., seguir leyendo aun cuando no podamos evitar atender a un ruido ambiental, ni eliminar el pensamiento de intolerancia que nos provoca).

La inhibición de las conductas es el último recurso para intentar actuar coherentemente con un objetivo (inhibiendo la conducta activa incongruente o manteniendo activa la congruente mediante la inhibición de las incongruentes que comiencen a activarse).

Podemos notar su condición de último recurso en momentos en que la cognición y la atención se comportan en forma independiente y hasta contraria a la conducta, como al resistir la risa en una situación donde sería inapropiada, aun sin poder inhibir el pensamiento tentador ni quitar la atención de aquello que la induce.

Nótese que en estos casos no hay necesariamente un objetivo distante para cuyo logro queramos inhibir la conducta impulsiva: basta temer una sanción inmediata, recordar la reacción negativa de alguien con quien ejercimos la misma conducta antes, continuar una tarea desagradable por empatía.

Predictor de bienestar

Podemos apreciar la importancia del control inhibitorio también por su capacidad para predecir en la niñez las condiciones de la vida adulta.

En el estudio más importante hasta ahora, se estudiaron durante 32 años a mil niños nacidos en la misma ciudad y año, con una tasa de retención del 96%. Quienes entre los 3 y 11 años evidenciaron mejor control inhibitorio (por ejemplo, sufriendo menos distracciones —mejor inhibición atencional—, rechazando menos las indicaciones de padres, docentes e investigadores —mejor inhibición cognitiva—, siendo menos impulsivos y más persistentes —mejor inhibición de la conducta—), tendieron en la adolescencia a continuar estudiando (en vez de abandonar los estudios), a tomar menos decisiones riesgosas, a no fumar y a no consumir drogas. A los 32 años todavía tenían mejor salud física y mental (menos abuso de sustancias, sobrepeso o hipertensión), ganaban más dinero, respetaban más la ley y se declaraban más felices que quienes habían mostrado peor control inhibitorio en la niñez.

Sin embargo, a pesar de su utilidad regulatoria y predictiva de bienestar en la adultez, la fuerza de voluntad tiene limitaciones al utilizarse con demasiada frecuencia como recurso autorregulatorio para intentar alcanzar nuestros objetivos académicos. Veremos en el próximo artículo cuáles son.

Fuentes

Moffitt, T. E., Arseneault, L., Belsky, D., Dickson, N., Hancox, R. J., Harrington, H., … & Caspi, A. (2011). A gradient of childhood self-control predicts health, wealth, and public safetyProceedings of the National Academy of Sciences108(7), 2693-2698.

Diamond, A. (2013). Executive functionsAnnual review of psychology64, 135-168.

Miguel Dimase
Miguel Dimasehttps://migueldimase.com
Buena parte de mi vida la dedico desde siempre a estudiar, a aprender y a comprender. Otra parte, a mejorar deliberadamente cómo hacerlo. Desde hace mucho intento ayudar comunicando lo que estudié, lo que aprendí y lo que comprendí. Dicen que lo logro.

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