Marguerite Yourcenar
Marguerite Yourcenar

“Ayer, en la Villa, pensé en la cantidad de vidas silenciosas, furtivas como las de los animales, irreflexivas como las de las plantas, que han vivido entre Adriano y nosotros: bohemios del tiempo de Piranesi, saqueadores de ruinas, mendigos, cabreros, aldeanos refugiados entre escombros. Al borde de un olivar, en un sendero antiguo y Memorias de Adrianocon escombros, G. y yo nos encontramos ante el lecho de cañas de un campesino, ante su portamantas colocado entre dos bloques de cemento romano, ante las cenizas de su fuego recién apagado. Sensación de humilde intimidad bastante similar a la que se siente en el Louvre, después del cierre, a la hora en que los catres de tijera de los guardias aparecen entre las estatuas.

(Nada que modificar, en 1958, en las líneas que anteceden; el portamantas del campesino, aunque no su lecho, aún sigue allá. G. y yo volvimos a detenernos sobre la hierba de Tempé, entre las violetas, en aquel momento sagrado del año en que todo vuelve a comenzar sin atender a las amenazas que el hombre de nuestros días deja caer sobre el mundo y sobre él mismo. Pero la Villa ha sufrido, sin embargo, un insidioso cambio. No total, por cierto: no se altera tan rápidamente un lugar que los siglos han destruido y formado con lentitud. Pero por un extraño defecto italiano, los “embellecimientos” peligrosos han venido a sumarse a las refacciones y a las consolidaciones necesarias. Los olivares han sido talados para dar lugar a una playa de estacionamiento de automóviles y a un bar al paso, que transforman la noble soledad del lugar en una especie de parque de diversiones. Los visitantes beben de una fuente de cemento el agua que surge a través de un mascarón de yeso que imita lo antiguo; otro mascarón, aun más inútil, ornamenta el frente de una piscina surcada hoy por una flotilla de patos. Se han copiado, también en yeso, triviales estatuas de jardines grecorromanos halladas en excavaciones pacientes, y que no merecían que se les tributara ni ese exceso de honor ni esa indignidad; estas réplicas en tal vil materia esponjosa y blanda, dispuestas casi al azar en pedestales, dan a la melancólica Cánope la apariencia de un rincón de set de filmación para una película sobre los Césares. Nada más frágil que el equilibrio de los lugares hermosos. Nuestras fantasías de interpretación dejan intactos los textos mismos, que sobreviven a nuestros comentarios; pero la menor restauración imprudente infligida a las piedras, la menor senda trazada sobre un camino en el que creció la hierba durante siglos, determina para siempre lo irreparable. La belleza se aleja; la autenticidad también)”.

Marguerite Yourcenar
Cuaderno de notas a las Memorias de Adriano

Miguel Dimase
Miguel Dimasehttps://migueldimase.com
Buena parte de mi vida la dedico desde siempre a estudiar, a aprender y a comprender. Otra parte, a mejorar deliberadamente cómo hacerlo. Desde hace mucho intento ayudar comunicando lo que estudié, lo que aprendí y lo que comprendí. Dicen que lo logro.

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