«El deseo de consuelo, de seguridad, nos obliga a aceptar alguna clase de creencia que protegemos, porque sin ella nos sentimos completamente perdidos. Por eso existe el constante intento de justificar la propia creencia o de encontrar un sustituto para reemplazar la que hemos abandonado.
Donde hay apego hay miedo, pero la libertad con respecto al apego no es una recompensa de desapego. El sufrimiento puede hacer que uno se decida a desapegarse por completo, pero este desapego es, en realidad, una forma de protección contra el sufrimiento. Ahora bien, como casi todos tenemos algo que proteger —amor, posesiones, ideales, creencias, conceptos, etc.—, lo cual contribuye a erigir esa resistencia que es el «yo», resulta inútil preguntar cómo podemos liberarnos del «yo» con sus numerosas capas de deseos y temores, si no comprendemos plenamente el proceso de resistencia. El deseo mismo de liberarnos de todo eso es otra forma más segura de autoprotección.».