«La nieta del tío Tom, una primorosa chicuela de 12 años, salió corriendo alegremente de la casa.
—Es adorable -dije al tío-. ¿No le apena a usted la idea de que se vuelva una persona grande?
—Ya es una persona grande -contestó con cierto dejo de tristeza.
—¡Vamos, si es una mera chiquilla! ¿Por qué lo dice, tío Tom?
—Verá usted… Ya no se tiende en el césped a gozar del olor de la tierra y el fresco contacto de la grama por temor a que la piquen las hormigas o se le prendan garrapatas; ya no se sienta a su sabor en las escaleras o en el santo suelo para estar cerca de mi silla, por temor de que se le ensucie o se le arrugue el vestido; ya no chapalea descalza después que ha llovido para darse el gusto de sentir la blandura del lodo entre los dedos, porque no le gusta tener los pies sucios; ya hasta ha empezado a no comer dulces por miedo de engordar. En fin, ya tiene todas las preocupaciones de una persona grande. Lo único que le falta es un poquito de práctica».