«Es frecuente advertir una resistencia tenaz a aceptar los cambios inesperados que suelen producirse en las situaciones tenidas como permanentes en la vida corriente; tanto, que la primera reacción psicológica y del sentimiento es la desesperación y el desconsuelo, acompañados de un pesar profundo, inhibitorio muchas veces de la reflexión. […]
Adaptarse es, pues, preparar dentro de sí las condiciones adecuadas para que el equilibrio normal de la vida perdure sin modificación, aun cuando se modifique la vida cuantas veces haya menester o lo reclamen las circunstancias. Lo contrario sería entregarse prisionero de un enemigo invisible pero real, que estaría continuamente apaleando nuestro ánimo».