
“Casi todos hemos sido educados en el espíritu nacionalista. Nos educaron para amar a nuestro país en oposición a otro, para considerar nuestro pueblo superior a otro y así sucesivamente. Esta superioridad, este orgullo se implanta en nuestra mente desde la infancia y lo aceptamos, vivimos con eso tolerándolo. Con esa delgada capa que llamamos la mente consciente, intentamos comprender este problema y su significado más profundo. En primer lugar, lo aceptamos y estamos condicionados por él a causa de las influencias ambientales. Este espíritu nacionalista alimenta también nuestra vanidad. La afirmación de que pertenecemos a ésta o aquella raza o a tal país nutre nuestros pequeños, mezquinos, pobres egos, los infla como velas, y estamos dispuestos a defender, matar o ser mutilados en nombre de nuestro país, de nuestra raza, de nuestra ideología. Al identificarnos con lo que consideramos que es más grande, esperamos volvernos más grandes nosotros. Pero seguimos igual de pobres, es sólo la etiqueta la que cobra mucha importancia y poder”.