
«¿»Cómo hacer para recobrar el gusto» por las cosas grandes y por las acciones admirables?, me preguntan ustedes. Es éste el interrogante que se plantean todos los educadores, los predicadores y los escritores dignos de este nombre. Pero ante todo hay que entenderse: ¿qué es algo grande y qué es una acción admirable? y ¿estamos seguros de que nuestros contemporáneos hayan perdido el gusto por esos valores? El aficionado al fútbol que aclama a su héroe, es sensible a una forma de grandeza rudimentaria, la única que conoce; Hitler, Mussolini, Stalin, creyeron hacer algo grande y, en un sentido abominable de la palabra, tenían razón en creerlo; el norteamericano sureño, que impide por la fuerza a un niño negro la entrada a una escuela, cree estar cumpliendo una acción admirable y defendiendo la integridad de la raza blanca. Al astronauta en su cápsula de metal se le considera un héroe, y en efecto lo es, aunque ese entusiasmo «científico» esconde, en la inmensa mayoría de los casos, la vieja agresividad y la vieja avidez humanas, sólo que transportadas más allá de los límites de la tierra. Podría aún multiplicar los ejemplos; mas sería inútil. La falsa grandeza oculta la auténtica. Las cosas grandes y las acciones admirables están hechas de las cualidades y de las virtudes más sencillas, pero llevadas tan lejos como le es posible a la debilidad humana. Es por tanto la equidad, la integridad, la modestia, la bondad, en cuanto a moral; la exactitud, la justicia, la sinceridad, en cuanto a lo intelectual, lo que debemos inculcar al prójimo, pero sobre todo aprender a reconocerlo y a practicarlo nosotros mismos».