
«Sobre una mesa apartada del vestíbulo, había en casa de Sarah Bernard un gran tazón del que, según observé un día, ciertas personas tomaban algo que se guardaban en los bolsillos, cuidando de que no se notara lo que hacían. Pregunté a Sarah, y me explicó que, estando necesitados muchos de sus amigos, ella tenía el tazón lleno de monedas. «Saben que están allí con ese objeto», me dijo. «De esa manera puedo ayudarles sin que se vean en la necesidad de pedirme nada»».