
“¡Los hombres! Hoy los veía de manera muy diferente que antaño, y con menor presunción y menos orgullo los juzgaba: sentíase más cercano a ellos, la vida y los hechos del vulgo despertaban su curiosidad. Cuando transportaba a viajeros de condición inferior, mercaderes, soldados, mujeres de todas las categorías, esta gente no le parecía ya tan extraña como antes; la comprendía, comprendía su existencia no guiada por ideas u opiniones, sino únicamente por necesidades y deseos; interesábase y se sentía uno de ellos. […] las vanidades, los afanes y los caprichos mundanos habían dejado de ser ridículos a sus ojos. Sí, valía la pena entender a esta gente, amarla y hasta venerarla. El amor ciego de la madre, la estúpida presunción del padre, el necio afán de la joven coqueta por adornarse con joyas que provocan la admiración de algunos hombres; habíasele esclarecido el sentido de todas estas necesidades pueriles, y todas estas aspiraciones ingenuas e irrazonables, pero tan poderosas en la vida, no aparecían más a los ojos de Siddhartha como cosas despreciables. Por ellas los hombres cumplían lo imposible, realizaban largos y duros viajes, exterminábanse los unos a los otros, soportaban sufrimientos infinitos, resistían todo; y esto hacía que él los amase”.