
«El mar en calma habla más íntimamente a una alma pensadora que el tumulto de las olas, pero se necesita tener la inteligencia de las cosas eternas y el sentimiento de lo infinito para experimentar y reconocer ese hecho. El estado divino es el silencio y el reposo, porque toda palabra y todo ademán son limitados y pasajeros. Napoleón con los brazos cruzados es más expresivo que Hércules furioso blandiendo en el aire sus puños de atleta. Los apasionados no serán capaces de entender esto. Sólo conocen la energía sucesiva y no la energía condensada; necesitan siempre efectos, actos, ruido, esfuerzo; no saben contemplar la causa pura, madre inmóvil de todos los movimientos, principio de todos los efectos, foco de todas las irradiaciones, que no necesita disiparse para estar segura de su riqueza, ni agitarse para conocer su potencia».