
«En el fondo, el hombre moderno tiene una inmensa necesidad de aturdirse, siente un secreto horror por todo aquello que lo disminuye. Por eso lo eterno, lo infinito y lo perfecto, son su espantajo. Quiere aprobarse, admirarse y felicitarse; y por consecuencia retira la vista de todos los abismos que le recuerdan su nulidad. Es lo que hace la pequeñez real de tantos de nuestros espíritus poderosos, la falta de dignidad personal de nuestros estorninos civilizados comparados con el árabe del desierto, la frivolidad creciente de nuestras multitudes, cada vez más instruidas, es verdad, pero también más superficiales en su noción de dicha».