«Durante una licencia que me fue concedida hace poco, pasé unos días en la granja de mi tío, situada en Kingston, Rhode Island. Desde el alba hasta el oscurecer andaba él atareado con la siembra de primavera, pero a pesar de sus inacabables deberes y de sus muchos cuidados, mi tío estaba siempre alegre. Nunca he visto a nadie que sepa saborear la vida con tan tremendo gusto.
Una noche, mientras nos deleitábamos echando juntos una pipa, puse en contraste su jovial temperamento con el de un pariente cercano, Vince, quien muy rara vez encontraba placer en algo.
—Ciertas personas —dije— parecen gozar la vida sólo muy raras veces, como Vince. Otras, como tú, parecen gozarla a diario.
Mi tío sonrió plácidamente.
—Eso, por lo general, es algo que va creciendo con uno. Cuando Vince era niño, le gustaba lamer la cuchara después de acabar el postre. Yo acostumbraba lamerla después de cada cucharada».
