
«El descubrimiento de Hawai se debió a la casualidad. En 1778, el capitán Jaime Cook, navegante inglés, tropezó con el archipiélago cuando buscaba el paso del Noroeste. Los indígenas, que aguardaban la llegada de un dios blanco, tomaron al inglés por un ser divino. Quiso, sin embargo, la mala suerte del capitán que, ya a punto de hacerse de nuevo a la mar, tuviese un altercado con los hawaianos que le habían robado una lancha. Y como uno de ellos le hiriese y cayera el capitán lanzando un quejido, todos los demás gritaron al momento: “¡Si fuera un Dios no le dolería!” y cerrando contra él le dieron muerte allí mismo.
Muchos años después, cuando la reina Liliuokalaní visitó en Londres a la reina Victoria, cuentan que le dijo: “Yo también llevo sangre inglesa en las venas: mis antepasados se comieron al capitán Cook”».