
Al principio tenía miedo,
estaba petrificada
Me quedé pensando que nunca podría vivir
sin ti a mi lado
Pero entonces pasé tantas noches
pensando cómo me hiciste mal
Que me volví más fuerte
Que aprendí cómo continuar
A Enrique Hernández Miyares
Es algo formidable que vio la vieja raza:
robusto tronco de árbol al hombro de un campeón
salvaje y aguerrido, cuya fornida maza
blandiera el brazo de Hércules, o el brazo de Sansón.
Por casco sus cabellos, su pecho por coraza,
pudiera tal guerrero, de Arauco en la región,
lancero de los bosques, Nemrod que todo caza,
desjarretar un toro, o estrangular un león.
I
Que no me quiera Fabio, al verse amado,
es dolor sin igual en mi sentido;
mas que me quiera Silvio, aborrecido,
es menor mal, mas no menos enfado.
¿Qué sufrimiento no estará cansado
si siempre resuenan al oído
tras la vana arrogancia de un querido
el cansado gemir de un desdeñado?
Aspiro el ramillete de los años
Y siento que estoy muerto en cada olvido.
Mis apariencias todas se gastaron
Alguien se iba de mí cada crepúsculo…
En mis tiempos marchitos hubo puertos,
Y pañuelos vehementes se alejaron…
Desconocidas gentes han partido
Del fondo de mi ser ya devastado.
Me quedé en la efusión de cada abrazo
y en los adioses laxos y secretos.
De improviso me vi como un extraño
con mi presencia inexplicable y sola.
Lo ausente habla un idioma que no alcanzo.
Inútilmente dóblanse las tardes…
Nos vamos deshaciendo en los olvidos,
Ya dispersé el recuerdo como un ramo.