
«Me refiere Borges: «Un señor salteño me aseguró que Salta era un pueblo extraordinario; contó que una vez hubo un terremoto y la gente rezó para que Dios no destruyera Salta. Hubo un segundo terremoto, que no alcanzó a Salta, pero que destruyó muchos pueblos de los alrededores. Yo le pregunté si eso no le parecía una injusticia y qué le parecía una divinidad que se dejaba sobornar con plegarias. Me dijo el señor que nunca había pensado en eso»».