
«Un día, el escultor Jo Davidson, me entregó un cheque, diciéndome: «Creí que pudiera hacerle falta». Realmente necesitaba dinero y, como tenía algunas esperanzas de poderlo pagar, lo acepté. Jo continuó hablando: «En mis días de lucha en París, un amigo rico me sostuvo económicamente durante un año. Mucho tiempo después, cuando llegué a tener mucho dinero, lo invité un día a almorzar, y él saco a relucir la cuestión de la deuda. ‘No señor’, le contesté. ‘No tengo intención de pagarle. He pasado esa cantidad y mucho más a jóvenes que están tratando de abrirse camino. Los préstamos hechos a los artistas jóvenes no deben pagarse, sino traspasarse'». Jo hizo una pausa y añadió: «Puede usted hacer lo mismo con ese dinero»»