De Diario sin fechas

Me distraje con un hombre regordete, pelado, inexpresivo, que se sentó en el medio del bar. Pidió un café y se quedó un rato con los brazos extendidos sobre la mesa. De pronto extrajo unos anteojos de un bolsillo superior de su campera, los abrió en el aire con un latigazo de la mano y se los colocó de golpe. Levantó la cabeza hacia el televisor y volvió a depositar el brazo en la mesa, cerca del otro, quedándose inmóvil.
En el instante en que voy a volver la mirada a mi libro, la boca se le arquea hacia abajo, las cejas se le juntan y noto que sus mandíbulas se aprietan. Balbucea indignado. Mueve los labios y emite insultos sordos. Hay un noticiero pero el sonido está apagado. Hay unos títulos que no llego a leer desde donde estoy. Le traen el café y eso hace que vuelva de a poco a su inexpresividad.