
«Como miles de otros niños, aprendí a olvidar la relación conmigo mismo. Aprendí a renegar de mi propio sentir, para dar fe a las creencias de los adultos. Aprendí a negar mis emociones a fuerza de actos de voluntad y acumular tensiones en secreto. Aprendí a consagrarles a mis pensamientos la parte esencial de mi tiempo y algunos minutos a mi cuerpo, a modo de limosna, para hacerlo callar cuando gritaba de hambre. Esta obra de destrucción, de separación, de represión se llama “educación”.