Es común que nuestra motivación apoye la generación de un objetivo, pero que luego sea insuficiente para iniciar la acción o mantenerla frente a impulsos y tentaciones incoherentes con él. Con los objetivos académicos suele ocurrir cuando disminuye el tiempo disponible, aumenta la dificultad o la cantidad de lo que debemos estudiar. Aunque hay varias técnicas autorregulatorias que favorecen actuar, suele recomendarse persistentemente una que es menos eficaz de lo que se cree: la fuerza de voluntad.
Fuerza de voluntad
Cuando la motivación es insuficiente para iniciar y, sobre todo, para mantener acciones coherentes respecto de un objetivo, recurrimos a la llamada fuerza de voluntad (o, simplemente, voluntad). La fuerza de voluntad suele asociarse con mensajes o ideas como “Hay que poner más ganas”, “Es proponérselo en serio”; “Si me pongo lo hago”, ”Simplemente hay que hacerlo”.
Se la denomina de muchas maneras: volición, autocontrol, autodisciplina, tenacidad, conación, energía, esfuerzo… ¡incluso autorregulación! Se la describe y define de forma variada. Los significados más problemáticos son los que incluyen aspectos motivacionales como deseo, aproximación, intención, gusto, querer, ganas; el peor es el que la iguala con motivación. Estas definiciones dificultan la siguiente comprensión:
Excluyamos entonces de nuestra definición de voluntad las connotaciones motivacionales. Excluyamos también la que iguala voluntad con autorregulación.
Si usáramos sólo el sistema Tipo II («voluntario») para alterar la atención, la cognición y la conducta de manera coherente con un objetivo, una definición amplia de fuerza de voluntad se aproximaría a la de autorregulación. Sin embargo, también podemos autorregularnos mediante el sistema Tipo I («involuntario»).
¿Qué debemos entender, entonces, por fuerza de voluntad? Más allá de que quizá sería mejor abandonar la palabra voluntad por su contaminación, su significado debería aludir a algo “mayor” que motivación y “menor” que autorregulación. En el ámbito popular, educativo y psicológico hay dos acepciones de fuerza de voluntad que cumplen ese requisito:
La capacidad para inhibir intencional y conscientemente comportamientos incongruentes con determinado objetivo (es decir, inhibir actos —observables o no—, queriendo hacerlo y notándolo): resistir reírnos en determinadas situaciones, evitar pensar en un tema, evitar decir algo inconveniente, evitar tomar el celular cuando estamos estudiando, evitar ir a una fiesta antes de un examen.
La capacidad de esforzarnos intencional y conscientememente (notándolo) en favor de un objetivo: seguir trabajando frente a la tentación de abandonar, seguir leyendo a pesar del sueño, seguir pensando un problema agotador, continuar a pesar de molestias físicas. Si se logra sostener a lo largo del tiempo, suele denominarse perseverancia. Nótese que para esforzarnos en pos de determinado objetivo necesitamos también la capacidad anterior para inhibir esfuerzos relacionados con otros objetivos y motivaciones.
Ambas capacidades están incluidas en el control inhibitorio, una de las llamadas funciones ejecutivas. Estas funciones son procesos Tipo II («voluntarios») a los que recurrimos por ser contraindicado, insuficiente o imposible seguir actuando mediante procesos Tipo I («involuntarios»), más eficientes y rápidos pero menos controlables. Entonces,
Es común creer que toda autoregulación consiste únicamente en fuerza de voluntad. Surge de confundir un medio (inhibir), con un fin (priorizar un objetivo distante, por sobre tentaciones e impulsos más próximos); sin embargo, este fin puede alcanzarse también mediante otras técnicas autorregulatorias.
Fuerza de voluntad vs. Motivación
Debemos tener claras las diferencias entre fuerza de voluntad y motivación respecto del logro de nuestros objetivos académicos:
La motivación participa en la evaluación y fijación de objetivos estudiantiles mediante diversos niveles de gusto, querer y aptitud percibida (para qué creemos que «somos buenos» o «somos malos»).
El tipo de motivación relacionada con el objetivo (intrínseca, identificada, integrada, introyectada, extrínseca o amotivación) puede facilitar o dificultar pasar de la intención a la acción.
Que la motivación establezca objetivos no garantiza actuar para procurarlos.
Que la motivación alcance para planificar cómo lograr objetivos, tampoco garantiza actuar o seguir actuando.
La motivación no proporciona una explicación suficiente de lo que nos lleva a la acción ni de lo que nos mantiene actuando para cumplir un objetivo, especialmente cuando surgen obstáculos y distracciones.
La motivación puede manifestarse en fuertes impulsos que inicien o reinicien la acción respecto de un objetivo, pero si no se la acompaña adecuadamente se debilita con el tiempo mientras se fortalecen motivaciones que procuran otros objetivos.
La fuerza de voluntad (control inhibitorio) participa en la consecución y logro de los propósitos una vez que la motivación los fijó.
Muchos estudiantes realmente quieren (están motivados para) desempeñarse bien en el estudio, pero no son capaces de autorregularse para lograrlo; en buena medida por creer erróneamente que la mejor técnica (o incluso la única) es la fuerza de voluntad, que usan demasiado y mal (veremos más adelante cómo usarla mejor).
¿Por qué la fuerza de voluntad no suele ser tan eficaz para lograr objetivos? ¿Cuáles son sus debilidades y fortalezas? ¿Qué lugar debe ocupar en un método de estudio? Para responder estas preguntas, primero debemos conocer mejor cómo funciona la fuerza de voluntad. Lo haremos en el próximo artículo.
Fuentes
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